En recientes fechas una amiga me recomendó leer un curioso manga llamado “Buenas noches, Punpun”, cuyo protagonista es un muñeco de palitos (si, tal como ese que dibujabas en clase). Cuando lo supe creí que era una broma, sin embargo no puedo estar mas contenta de haberle dado una oportunidad. Punpun es una historia que, desde su primeras escenas, te permite explorar la vida desde una perspectiva decadente, dolorosa y vacía; un mundo incomprensible en que cada personaje busca la trascendencia. Esta última representada principalmente en la religión o en el amor (que no están tan lejos, la verdad). Tomando todo esto en cuenta, es evidente que la decisión de Inio Asano de tener un protagonista tan abstracto es su soberbia manera de comprobar la efectividad comunicativa de cualquier garabato, solo hay que saber cuándo y dónde destacar un mensaje.
Hay quienes definen a Punpun como espejo del crecimiento humano, haciéndose ver al espectador, en parte, a sí mismo. Desde los juegos infantiles, el descubrimiento del sexo, pasando por el primer amor juvenil, el primer trabajo,…., hasta llegar, eventualmente, a lo que es latente en la historia: las crisis existenciales, que azotan a la mayoría de los personajes, cada uno con sus razones particulares, pero con un motivo superior que los une: la falta de amor. Es este mensaje, a mi juicio, el que más golpea al lector, y es el que se debería tomar muy en serio pues la vida actual de Occidente (Japón incluido) se ve enfrentada a una agresiva realidad en la cual lo importante es producir más que ser, obligándonos a dejar de lado nuestras emociones o la carencia de ellas, obligándonos a eliminar nuestra parte humana. La desdicha es el contexto en que vivimos, de alguna u otra forma, en mayor o menor medida. Con esto no quiero decir que Inio Asano haya buscado desarrollar una obra que hable primordialmente de la naturaleza humana, porque en realidad me parece que él pretende hablar únicamente sobre/para los japoneses; cuyo contexto de opresión emocional es insigne, mas la amplia difusión de su trabajo a lo largo del mundo ha re-confirmado que todos sufrimos de lo mismo: vacío.
Vacío que también se manifiesta en la renuncia a la religión, problema endémico de Japón (a pesar de su tradición sinto-budista) y característico del racionalismo de Occidente (a pesar de nuestra tradición judeo-cristiana); se ha permitido creer que el hombre nació, de algún indolente dios probablemente, sin objetivo definido (deísmo). Esta concepción nos está destruyendo como sociedad al dejarnos, simplemente, sin motivo para vivir. Lo anterior dicho no es un heroico invento de Punpun; PunPun es producto de ese contexto.
¿Qué hacer antes esto? Asano da diversas soluciones dependiendo el personaje/contexto, yendo desde el suicidio hasta la convicción de que existe un dios. Haciendo especial hincapié en que la primera de estas opciones, el suicidio, debería ser la última, puesto que, al fin y al cabo, en la vida hay amor, en la vida hay felicidad; pero se debe buscar/ganar permanentemente. Es esta la gran lucha personal de todo el elenco. Algunos lo logran; otros mueren en el camino sin entender qué hicieron mal.
En la medida en que el espectador se compenetra en la historia se va haciendo más y más difícil comprender la profunda desdicha de los personajes, sobretodo del protagonista, Punpun, quien carece, hasta cierto punto, de empatía, al estar adaptado a las mentiras y el egoísmo desde muy pequeño. Impidiéndole mantener aunque sea una relación sana por mucho tiempo. Él vendría a ser el prototipo de ser humano “fallido” que, al darse cuenta de su mal funcionamiento (un “simple” hecho que le cuesta demasiado), intenta arreglarlo; entrando en conflicto continuo consigo mismo. Es deprimente ver espectáculos así, pero es justamente esa manera tan cruda, sin tabúes, con los que se expresa Asano lo que llena su obra de verdad y belleza.
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